
En algún momento a todos nos ha llegado el cóctel de las fake news y quizás hemos bebido de él, al consumir algún tipo de contenido que nos ha hecho exaltar, pero después un choque con la realidad nos permitió evidenciar que era una vil mentira. Lo que sí es indudable es que hemos visto a miles de personas emborracharse con esto hasta perder los sentidos.
Por sencillo que parezca, las fake news no es un conjunto información errónea que alguien por equivocación compartió. Sus ingredientes son más densos. Partiendo, que su objetivo principal es el de desinformar y quien lo fabrica tiene la intención de engañar. Asimismo, poseen una dosis equilibrada entre la novedad y la sorpresa que rompen con lo cotidiano, y logran crear conversaciones entre las personas sobre el tema. Iniciando así el tránsito hacia la propagación.
Esto se pone turbio cuando se sitúa en un contexto y se mezcla con técnicas de investigación de las audiencias. Empezando a diluir mentiras con gotas de verdad, en donde, por ejemplo, se explotan los temores de las personas y se enfrentan a realidades simuladas. Técnica que ha sido recurrente en la política y que los medios han retratado hasta el cansancio con casos como: el Brexit, la victoria del no al tratado de paz en Colombia y el triunfo de Trump.
La viralización de las fake news se alcanza por dos caminos. Uno de ellos es por medio de los bots (que son programas creados para realizar tareas repetitivas y que simulan ser usuarios reales) y la pauta de dicho contenido mal intencionado. Con un buen presupuesto se puede impactar un número importante de personas.
El otro camino es que dicha información sea compartida por un validador de confianza para la audiencia. Puede ser un medio de comunicación o una personalidad con alto reconocimiento que de alguna u otra manera se vea beneficiado por esta información.
Lamentablemente, los medios tienden a jugar un papel en estas prácticas, que no siempre corresponden a los intereses políticos del dueño. Uno de ellos es la emoción de creer que se ha encontrado una primicia que vale oro y se publica sin validar las fuentes. Otro que sucede en entorno digital, es motivado por la desesperación de ganar visitantes a los sitios web a como dé lugar y se terminan publicando contenidos de carácter amarillista o incompletos que salvaguardan con frases como: ‘presuntamente’.
Para no ir muy lejos, el clickbait es usado por la mayoría de medios tradicionales en sus redes sociales, que consiste en poner títulos rimbombantes, pero cuando las personas los abren descubren que nada tenía que ver con el tema que se desarrolla y causa desinformación porque gracias a los grandes ríos de noticias muchas personas leen únicamente los títulos y no profundizan.
Esta práctica no es nueva, están en el mundo desde que existen las guerras y han sido un arma para atacar a los oponentes y exagerar los triunfos. Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de la Alemania Nazi, planteó que si una mentira es repetida muchas veces se terminara volviendo una verdad, dejando en entre dicho que algo no necesariamente debe serlo si no que basta con parecerlo para que produzca efectos.
También han sido una herramienta de adoctrinamiento, durante años, se han creados dogmas que son defendidos a rabiar por quienes las creen. Muchas de las leyendas urbanas fueron creadas para controlar personas, como por ejemplo la historia de la llorona que en resumidas cuentas amenaza: que si los niños se van al bosque se los va a llevar un espanto que perdió sus hijos y con esta narración se garantizaba que los niños no salieran de un espacio determinado.
Las fake news son como un chisme de barrio a gran escala, en donde pasa entre tantas voces que es casi imposible encontrar el punto en el que inicio. Quien las crea se aprovecha de la gran cantidad de información que corre por las redes sociales y por cadenas de WhatsApp. Muchas personas asumen que algo es verídico por el simple hecho de estar en la red y no existe la pausa para confrontar la información e indagar por sus fuentes. Por eso no es raro, que políticos reconocidos publiquen fotos de la actriz porno Mia Khalifa, diciendo que es una estudiante de medicina que necesita apoyo para continuar sus estudios, o imágenes de youtubers reconocidos con consignas que son delincuentes internacionales.
Los intereses detrás de estos suelen ser económicos, políticos e incluso de terrorismo mediático con el interés de crear pánico colectivo. Las marcas también han sido víctimas de esto, como el caso Bavaria [1] que en el 2015 fue acusada de ocultar información acerca de la presencia de un operario muerto en uno de los tanques de su producto Pony Malta. Y en el 2014, KFC [2] fue impactada por la noticia que indicaba que vendían ratones apanados. Como era de esperar todo resulto ser mentira.
Quizás una vacuna colectiva contra las fake news no exista desde que cohabiten intereses poderosos con muchos recursos para mantenerlas vivas. Pero desde un ejercicio individual se pueden combatir con el hecho de constatar la información que recibimos y analizar su veracidad antes de compartirla con alguien más.
A modo de bonus track hay dos filmes que tocan este tema. Uno de ellos es el documental: Nada Es Privado, dirigida por Karim Amer y Jehane Noujaim el cual se encuentra en Netflix. El otro es, la película: Brexit, dirigida por Toby Haynes y está en HBO GO.
Rodrigo Esteban Delgado A.
Editor, Copy Estándar
Fuentes
[1] Redacción. El Tiempo. (2015). La verdad sobre el supuesto operario muerto en planta de Pony Malta. Recuperado de: https://n9.cl/l9zg
[2] CNN en español. CNN. (2015). La verdad sobre la supuesta ‘rata frita’ de KFC. Recuperado de: https://n9.cl/8js6
-Actualidad Panamericana. Cómo no fracasar en el mundo digital. Fakenews. Plan B. Bogotá 2019. Pág. 180
-Reyes Augusto, 100 Consejos De Poder, El Antimanual Para Vencer En La Política. #Fakenews. Bogotá, 2019. Pág. 187-188
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