Esta es la increíble historia de un comercial que puso en riesgo las finanzas de una multinacional y es contada en la miniserie de Netflix: Pepsi ¿Dónde está mi avión?
Los noventa, marcaron el final de la guerra de las colas, aquella batalla entre Pepsi y Coca-Cola con el propósito de ver quien conquistaba al mercado estadounidense. Para los amantes de la publicidad, este es uno de los mejores capítulos de la historia, pues en los comerciales de televisión se vivía una batalla golpe por golpe entre las dos marcas más valiosas del mundo en ese momento.
Como respuesta a los certeros ataques de Coca-Cola, que siempre parecía llevar la delantera, a BBDO, la agencia de publicidad de Pepsi, se le ocurrió lo que parecía una estrategia sencilla, pero contúndete.
La idea era muy básica, constaba de un plan de premios de souvenirs en dónde los clientes acumulando tapas de gaseosa podían reclamar productos de la marca como camisetas, gorras, gafas, termos, entre otros.
Todo esto, estaba enmarcado en un comercial, en donde no se eligió al prototipo de galán típico de los comerciales de los ochenta y noventa, sino que se optó por la imagen de un adolescente común, quien llegaba en un jet Harrier al colegio, con la promesa que cualquier persona que reuniera la estrambótica cifra de 7.000.000 puntos podría reclamar este premio.
Cuando los creativos de BBDO lanzaron el comercial no se les pasó por la cabeza que alguien quisiera reclamar un avión de guerra de un solo puesto para tenerlo en el patio de la casa. Pero cómo todo puede pasar durante el desarrollo de una campaña, llegó una persona que reunió los puntos suficientes para reclamar el jet.
Un joven llamado John Leonard, que encajaba perfectamente en la imagen que mostraba el comercial, con el apoyo Todd Hoffman, un extravagante empresario, quien se dispuso a reclamar el premio sin ni siquiera saber que querían hacer con él.
La moraleja aquí no es la historia titánica que tuvo que vivir una persona para juntar tal número de tapas de gaseosa. La lección va por otro lado, tanto a Pepsi como a BBDO, se les olvido poner en el comercial los términos y condiciones en letra pequeña para indicar que todo se trataba de un pacto ficcional. Como era de esperarse, con el tiempo este gran descuido se ha vuelto en un caso de estudio para disciplinas como el mercadeo y las leyes.
Cualquier persona que se vea la serie disfrutara de las aventuras de Leonard y Hoffman para intentar doblegar a una multinacional, mientras que a un publicista le queda la reflexión, que los detalles por pequeños que parezcan dentro del contexto se deben controlar porque la ley de Murphy siempre está ahí para aterrorizar hasta la campaña más sólida.
Rodrigo Esteban Delgado A.
Editor, Copy Estándar
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